Las Cartas en el Nuevo Testamento


LAS CARTAS en el nuevo testamento

Una porción considerable del NT está constituida por cartas, a diferencia de lo que ocurre con el AT. Este género literario –la carta– era muy usual en la época en que se escribió el NT. Sin embargo, no se trata aquí simplemente de seguir una moda. Las cartas de Pablo y de los otros apóstoles fueron escritas para hacer frente a necesidades de muy diverso tipo, que surgían a causa de la rapidez y la amplitud con que se difundía la fe cristiana. Como se relata en el libro de Hechos, el anuncio del evangelio no quedó reducido a los límites de un grupo pequeño de personas o de un país, sino que muy pronto llegó a muchas gentes de diferentes clases sociales y de diversos países y culturas.

La predicación del evangelio se había hecho originalmente de viva voz, y los que abrazaban la fe cristiana se unían formando comunidades o iglesias. Los predicadores iban de un lugar a otro anunciando a Cristo en muy distintas regiones del mundo conocido en el siglo I. A veces, cuando se encontraban muy lejos, necesitaban comunicarse con algunas de aquellas comunidades cristianas para instruirlas más en la fe, para animarlas y exhortarlas, y también para corregir deficiencias. Las cartas eran el medio de mantener esa labor pastoral con personas ausentes. Constituían, además, un método excelente para hacer que las instrucciones impartidas quedasen consignadas de forma permanente.
Las cartas que se escribían en la época del NT tenían una forma literaria propia. El autor comenzaba con un saludo, en el cual se presentaba a sí mismo ante su destinatario; luego lo mencionaba a él, y en seguida añadía el saludo propiamente dicho, expresado a veces a modo de deseo (cf., por ej., 1 Ts 1.1).

En las cartas del NT, después del saludo viene generalmente una acción de gracias a Dios, casi siempre dotada de un profundo contenido (cf. 1 Ts 1.2-10).
A esa acción de gracias le sigue lo que suele llamarse el cuerpo de la carta, de longitud variable, en el que se tratan los asuntos principales en la forma que el autor considera conveniente (cf. 1 Ts 2.1–5.24).
Finalmente, las cartas se cerraban con una despedida. En ella solían incluirse tanto los saludos a personas conocidas del autor y cercanas al destinatario, como los saludos para este de personas próximas al autor (cf. 1 Ts 5.25-28).

En sentido estricto, ninguna de las cartas del NT puede considerarse como una “carta privada” o puramente personal. La más personal de todas es la que dirige Pablo a Filemón. Sin embargo, también incluye en ella la mención de otras personas (Flm 1-2).
El orden en que aparecen las cartas en las ediciones actuales de la Biblia no es el cronológico. En los antiguos manuscritos, el orden no es siempre el mismo.
Están primero las cartas de Pablo. De estas ocupan el primer lugar (clasificadas de acuerdo con su decreciente extensión) las dirigidas a comunidades; después, las cartas escritas a determinadas personas.
El orden en que se dan los otros grupos de cartas (la carta a los Hebreos, y las de Santiago, Pedro, Juan y Judas) no parece obedecer a ninguna razón interna especial.
En cuanto al orden cronológico más probable de las trece cartas que llevan el nombre de Pablo parece ser el siguiente:

1 Tesalonicenses
2 Tesalonicenses (de fecha discutida; según algunos sería posterior)
Gálatas
1 Corintios
2 Corintios
Romanos
Filipenses
Filemón
(Según algunos, aquí vendría 2 Tesalonicenses)
Colosenses
Efesios
1 Timoteo
Tito
2 Timoteo

Respecto de la fecha en que fueron escritas, véase la Introducción a cada carta.


Por lo general, el autor no escribía personalmente, sino que se valía de un amanuense. En Ro 16.22, Tercio, el propio amanuense que escribió la carta, incluye su saludo. En algunas ocasiones se trataba más bien de un secretario, que participaba en la composición de la carta con mayor o menor libertad (este puede ser el caso de Silvano, mencionado en 1 P 5.12).
Pero también hay que tener en cuenta una práctica común en la época: la conocida con el nombre de seudonimia o seudoepigrafía: a veces un autor (para nosotros desconocido) escribía bajo el nombre de un personaje de reconocida autoridad, bien fuera para recoger por escrito las ideas por él expresadas, o bien para interpretarlas. En todo caso, era el autor último quien realmente le daba al texto la forma literaria definitiva y quien resultaba auténtico responsable del contenido. Esto solía hacerse incluso después de la muerte del supuesto autor original. Diversos exégetas actuales piensan que este es el caso de algunas cartas del NT, como se indicará oportunamente. Sea como sea, tal práctica no restaría autoridad alguna ni valor religioso a estos escritos.

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